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No naciste para preocuparse, si aprendiste a preocuparte, también puedes despreocuparte.
Tienes la Palabra de Dios y sus promesas para meditar y proclamarla consistentemente.
Si Jesús está en ti, dale el control de tu vida. Ora fervientemente y crece en comunión con Él. El preocuparse no es saludable, el cuerpo no está hecho para preocuparse.